Una historia de redención
Armaba el viaje a la selva amazónica. La “maloca”, como le dicen al campamento, es rudimentaria. Dormiríamos en hamacas sin segmentación ni de genero, edad, ronquidos, olores,… todos juntos. Uno al lado del otro como hermanos. Serían 10 días donde había que llevarlo todo: hamaca, sleeping, colchas, toallas, ropa, ungüentos.
Entendía que mi maleta grande no sería suficiente pues solo el sleeping bag abarcaba casi la mitad.
En mi exploración, recordé un “gusano”, de esos bultos militares que le presté tantas veces a mi hermano, que ya no era mío, era de él. Se lo pedí, me lo tiro por su balcón (covid alert) y me vociferó: “si quieres más espacio tengo otro y con ruedas”. – “Qué maravilla manito! Claro que sí” respondí inocente.
Con todo mi entusiasmo comencé a empacar, dándome cuenta de que este bulto representaba un pequeño reto de organización pues a diferencia de las maletas y del gusano, solo tenía zíper arriba, por tanto para sacar lo de abajo, … con los demás es más fácil: los abres y tienes todo a la vista y a mano.
Me planifiqué para éso: dividí todo en dos grupos: los primeros 5 días de uso estuvieran arriba y los demás días abajo. Así sólo tendría que vaciarlo una vez durante toda la estancia.
Llegó el día.
6AM lista y abajo esperando que el chofer de mi amiga viniera por mí. Es en ese momento cuando me doy cuenta de que: LAS RUEDAS, NO RUEDAN! OMG!!! Ya no hay tiempo para cambiar.
Para subirlo al vehículo el chofer tuvo que desmontarse a ayudarme. Llegamos al aeropuerto. Nunca había usado maletero: primer gasto del viaje US$5.00 al maletero. Nos dejó en la fila sin el carrito. Me tocaba arrastrar este bulto mastodóntico por al menos 30 turnos.
Hasta ahora todo había sido relativamente fácil. Lo tormentoso estaba ocurriendo en mi mente con reproches a mi hermano y con auto-reproches a mi: “pero como es que Oscar me presta este problema” “Ay pero él lo hizo con tanto amor” “Si, pero él debió advertirme” “Fénix pero como es que no probaste el bulto antes” “Debiste apegarte a tu plan original: maleta y carry-on” “Qué infierno este” “Tan cómoda que estaría”, en fin! Si te identificas Escríbeme un comentario ahora please.
Llegamos a Bogotá. Un aeropuerto grande, con carrito que costo $2,000.00 pesos colombianos, una ganga! Lo tuvimos largo rato (comimos, resolví lo de mi internet, etc.). Estábamos usando el tiempo entre las conexiones para ir a Putumayo.
Cuando llegó el momento de irnos a nuestra conexión resulta que era en el puerto de al lado, un aeropuerto pequeño para vuelos internos… ahí no hay carritos.
Buej! Adiós carrito amado. Una vez más me enfrento al bulto y a mi mente tormentosa.
Arrastro mi bulto azul, porque ya era mio, pobre bulto; ya a esta altura del viaje había pensado todo lo que le diría a mi hermano. También ya tenía decidido a quién se lo regalaría. Eso por no botarlo a la basura, pués el bulto en realidad será aprovechado muy bien por alguien que no lo use para viajar en avión.
En el puerto pequeño de vuelos internos nos montaríamos en un avión de 40 pasajeros, cada libra contaba, pagué 15 dólares de sobre peso, irónicamente no por el bulto azul sino por mi mochila que pesaba 5 kilos por encima de lo permitido en cabina.
Esta demás decirte que el bulto azul fue tema de conversación en el avión, en la comida, … mi amiga me decía “Fénix pero tu viniste a coger lucha con ese bulto, porque no trajiste una maleta normal, me hubieras dicho y yo te presto una”… qué rabia conmigo: tener que aclarar que “yo tengo maleta, te lo juro! Y carry-on también”. Un poco me daba vergüenza.
Llegados a Putumayo, específicamente a Puerto Asís, comenzó el verdadero y breve sufrimiento: nos desmontamos en la pista, caminamos a la terminal, pequeña muy pequeña. No veo carritos para subir mi bulto. Lo desmonto de la correa… y lo arrastro. No te imaginas lo engorroso de arrastrar aquel voluminoso mastodonte por 100 o 150 metros entre el aeropuerto y el taxi.
Cada vez que sufro es porque mi expectativa es defraudada, porque tengo apego a un resultado específico o porque no acepto las cosas como están en este instante. Gracias a Xiomara que me “recetó” un libro para este viaje basado en las conferencias de Anthony De Mello.
Cuando llegamos a la “maloca”, jajajajajajajaja! Había que bajar como 50 metros por una cuesta rocosa. Lo tuve que dejar abandonado hasta que alguien pudiera bajarlo por mí.
Me acomodé con el bulto en mi rincón. Esa parte, durante la estadía, de cierta manera fluyó.
Llegado el día de partir, me propuse NO QUEJARME jamás del bulto. Nos quedaba una travesía que pudo haber sido muy desagradable si seguía yo en queja por el bulto.
Compartí mi promesa con mi amiga. Una observadora.
Empaqué muy bien. Ensayé cargar el bulto yo misma. Me convencí de que este era un reto y que lo asumiría con dignidad, entereza y vigor.
Subí 25 de los 50 metros con el bulto cargado y la mochila en la espalda. Mi plan era pedir ayuda al chofer del taxi pero sólo después de yo misma haber hecho el esfuerzo.
El señor lo terminó de subir y en esta ocasión lo colocó dentro del taxi.
Llegamos al puerto pequeño. Lo mismo: cargué mi bulto hasta la mesa de revisión; este aeropuerto, imagino que por ser pequeñito, no tiene scanner para los bultos grandes, sino que un oficial lo revisa. El oficial, que me ve llegar con él, lo mira, le pregunto “lo subo en la mesa” él me dice que no, que sólo abra el zíper, abre los ojos, saco el sleeping bag que era la pieza mas grande y la había entrado de ultimo… en lo profundo el oficial divisó un frasco verde: el repelente. Me dijo “saque eso, esta bien, puede entrarlo todo, cerrar y seguir. Siga. De ahí al counter. Y no más bulto hasta Bogotá.
La historia se repite: carga, no hay carrito, taxi, bell boy para la noche en Bogotá, aeropuerto de nuevo,… y así, sin quejas, hasta el dulce regreso a nuestra isla.
Esta gran experiencia hacia la sanación interior cerró con broche de oro: la redención de mi actitud ante el Bulto Azul, un cambio en mi forma de enfrentar las situaciones pequeñas y grandes. Un cambio de actitud ante todo lo que pudiera incidir en mi calidad de vida emocional, espiritual y experiencial.
Mi Bulto Azul me dejó (reflexiones):
- Cuando me rindo y acepto la situación, paso mejor el rato y puedo acceder a mejores recursos para manejarla con mayor objetividad y resultados óptimos.
- Si me empecino en pasarla mal y quejarme, efectivamente eso lograré: pasarla mal y sufrir.
- No tengo que sentir vergüenza por nada en el mundo.
- Soy una campeona! Una ganadora que viaja en la vida audaz y ligera!
- Puedo re-encuadrar cualquier situación que me suceda.
- Los demás se hacen solidarios y me admiran si me ven vigorosa y determinada. Aprenden conmigo sin que les de clases.
- Hay una transferencia de confianza cuando alguien que respetas te recomienda algo; eso pasó con el bulto: confié en el bulto sin miramientos pues venía de parte de alguien de confianza. Aquí la lección no es desconfiar, es mas bien verificar.